domingo, 3 de abril de 2011

El proyecto Metropol-Parasol de Sevilla y la Alegoría del Patrimonio


Cuando en 1851 John Ruskin publica Las piedras de Venecia lanza un llamamiento contra las intervenciones que dañan irreversiblemente a las ciudades históricas. Ruskin considera el corazón de la ciudad histórica como un elemento intangible al que hay que proteger porque es el que fabrica en el ideario colectivo la imagen de lo monumental y por tanto de la idiosincrasia de las ciudades históricas de nuestra vieja Europa. Esa capacidad evocadora y ese recuerdo universal que hace que identifiquemos a Londres, París o Roma está en buena medida asociado al entramado urbano y monumental de esas ciudades. Para Ruskin la ciudad antigua es un monumento histórico en sí mismo y se constituyen en la mejor salvaguarda de nuestra identidad. Como recuerda Françoise Choay en su libro Alegoría del Patrimonio, Barcelona, 2007:"Ruskin revela aquí una sensibilidad de visionario en muchos sentidos, sobre todo cuando prevé la estandarización planetaria de las grandes ciudades". Y es precisamente esta estandarización o, mejor dicho, banalización de la cultura, la que late detrás del proyecto Metropol-Parasol que acaba de inaugurarse en el corazón histórico de la ciudad de Sevilla, la Plaza de la Encarnación, en el solar que ocupaba el antiguo convento de la Encarnación demolido en el siglo XIX. Al margen del coste económico del proyecto, que ha significado la misma cantidad que la rehabilitación en Madrid del Palacio de las Comunicaciones de Cibeles como sede del Ayuntamiento, el monumento Metropol-Parasol constata también un deseo de perpetuidad y gloria futura que está más cercano de un espíritu de "eternización del poder" que de modernidad o de goce estético. Ni el Metropol-Parasol ha ejercido influencia ni la ejercerá, y más bien es la consecuencia directa de la filosofía imperante de los continentes sin contenido. Lo más desconcertante es lo fuera de escala que está y lo poco que se inserta en el entorno. Más que redefinirlo lo constriñe aún más. The Guardian señalaba con ironía que las autoridades competentes se vanagloriaban de que era el monumento más grande pegado con pegamento. Esperemos que con el paso del tiempo no termine siendo una ruina de sí mismo. Un ruina contemporánea que perpetúe las ansias de modernidad de una ciudad que quiere huir de su pasado buscando una nueva identidad porque ya no se siente cómoda con lo que es, prefiriendo adentrarse en el espectáculo de lo desconocido.